Sólo la música que me gusta, me llega, me parece necesaria. Toda esa música que, con frecuencia, los medios se empeñan en impedir que escuchemos, pese a que, con mucha frecuencia, es la más valiosa.

sábado, 10 de marzo de 2007

Por, para y en la libertad



Nadie debe usar el nombre de la libertad en vano. A lo largo de la historia han muerto demasiadas personas por conquistarla o conservarla. Hiere a los demás quien la frivoliza.

En el año 1942, con su patria ocupada por los nazis, Paul Eluard escribió este hermoso poema, titulado precisamente LIBERTAD. En él se basó el italo-argentino Gian Franco Pagliaro para componer la canción que canta en el video Nacha Guevara y que se encendió entre las sombras de una brutal dictadura militar.

En mis cuadernos de escolar,
en mi pupitre, en los árboles,
en la arena y en la nieve
escribo tu nombre.


En las páginas leídas,
en las páginas vírgenes,
en la piedra, la sangre y las cenizas
escribo tu nombre.


En las imágenes doradas,
en las armas del soldado,
en la corona de los reyes
escribo tu nombre.


En la selva y el desierto,
en los nidos, en las emboscadas,
en el eco de mi infancia
escribo tu nombre.


En las maravillas nocturnas,
en el pan blanco cotidiano,
en las estaciones enamoradas
escribo tu nombre.


En mis trapos azules,
en el estanque de sol enmohecido,
en el lago de viviente lunas
escribo tu nombre.


En los campos, en el horizonte,
en las alas de los pájaros,
en el molino de las sombras
escribo tu nombre.


En cada suspiro de la aurora,
en el mar, en los barcos,
en la montaña desafiante
escribo tu nombre.


En la espuma de las nubes,
en el sudor de las tempestades,
en la lluvia menuda y fatigante,
escribo tu nombre.


En las formas resplandecientes,
en las campanas de colores,
en la verdad física
escribo tu nombre.


En los senderos despiertos,
en los caminos desplegados,
en las plazas desbordantes
escribo tu nombre.


En la lámpara que se enciende,
en la lámpara que se extingue,
en la casa de mis hermanos
escribo tu nombre.


En el fruto en dos cortado,
en el espejo de mi cuarto,
en la concha vacía de mi lecho
escribo tu nombre.


En mi perro glotón y tierno,
en sus orejas levantadas,
en su patita coja
escribo tu nombre.


En el quicio de mi puerta,
en los objetos familiares,
en la llama de fuego bendecida
escribo tu nombre.


En la carne que me es dada,
en la frente de mis amigos,
en cada mano que se tiende
escribo tu nombre.


En la vitrina de las sorpresas,
en los labios displicentes,
más allá del silencio
escribo tu nombre.


En mis refugios destruidos,
en mis faros sin luz,
en el muro de mi tedio
escribo tu nombre.


En la ausencia sin deseo,
en la soledad desnuda,
en las escalinatas de la muerte
escribo tu nombre.


En la salud reencontrada,
en el riesgo desaparecido,
en la esperanza sin recuerdo
escribo tu nombre.


Y por el poder de una palabra
vuelvo a vivir.
Nací para conocerte,
para cantarte,
Libertad.

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