Sólo la música que me gusta, me llega, me parece necesaria. Toda esa música que, con frecuencia, los medios se empeñan en impedir que escuchemos, pese a que, con mucha frecuencia, es la más valiosa.

sábado, 10 de febrero de 2007

Maxime Le Forestier, uno de los sucesores




Maxime Le Forestier es un cantautor francés de la generación inmediatamente posterior a la de los 'clásicos' (la triada Brel, Brassens, Ferré) y, lógicamente, se le nota. Aunque su vocación nace del deslumbramiento por el segundo de los 'grandes', al que rinde periódicamente homenaje, ya se detecta en su estilo el 'contagio' de la música anglosajona, que empieza a imponerse en Francia a partir de mediados los 60.

En su caso esa influencia es más comprensible que en la mayoría, ya que Maxime nace en una familia anglófona. Su padre es inglés, aunque de origen normando, y su madre dominaba esa lengua igualmente.

Estamos ante una de las figuras más queridas y admiradas de la canción de autor francófona. Sencillo, humano, humanista y contestatario, Le Forestier nunca defrauda y ha sabido lograr que varias generaciones sigan y degusten su creaciones.

En esta canción -tal vez su mayor éxito- evoca las vivencias de su estancia en San Francisco, a donde se trasladó en 1970 para disfrutar de la bohemia hippy que desde la ciudad californiana extendió a todo el mundo su filosofía idealista, su utopía libertaria nimbada de hedonismo y trufada con las alucinaciones coloristas del LSD.

Por cierto (casi lo olvido), Maxime Le Forestier ha cumplido hoy 58 años. Y en plena forma. Felicidades.

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